Vianney. San Juan  Bautista María
         [965](1786-1859)

 
   
 

    

 

   Se le conoce más por el nombre de la parroquia que regentó toda su vida y en la que adquirió fama de santidad, por su entrega virtuosa y por los dones místicos de que estuvo adornado. Los años que estuvo en la parroquia, entre 1818 y 1859, mucha gente acudía a pedirle consejo y a confesarse
   Había nacido el 8 de Mayo de 1786 en una familia de ocho hermanos en la finca familiar de Ecully, cerca de Lyon. Los sacerdotes clandestinos por la persecución revolucionaria le ayudaron en la formación religiosa. A los 20 años se decidió a ser sacerdote. Tenía dificultades para aprender, pues le fallaba la memoria. Estuvieron a punto de impedirle continuar seminario, pero los buenos consejeros le mantuvieron en él.
   En 1806 una leva militar de Napoleón le obligó a enrolarse en el ejército y fue destinado a la campaña de España.

   Antes de partir, cayó enfermo y fue enviado al hospital de Roanne hasta 1810,  año en que fue dado por curado. Al no haberse presentado en su compañía, fue declarado desertor y tuvo que cambiar de nombre y esconderse para librarse del castigo. Con la amnistía, pudo regresar al Seminario Menor de Verrières. En Octubre 1813 entró en el Seminario Mayor de Lyon.
   El 13 de Agosto de 1815 fue ordenado por fin sacerdote y enviado como ayudante de su santo amigo y maestro, el Padre Balley. Tenía 29 años de edad. Pero no se le dieron facultades para confesar por considerarle incapaz. Balley habló con las autoridades eclesiásticas y él fue su primer penitente.
   Su hermana Margarita decía: "No predicaba muy bien, pero la gente acudía en masa cuando le tocaba a él predicar". En 1817 murió en sus brazos su querido confesor, el Padre Balley, a quien lloró de verdad. Vianney fue asignado al pueblo de Ars, un pequeño y aislado rincón rural donde se pensó que sus limitaciones intelectuales no podrían hacer mucho daño. Allí estuvo desde 1818 hasta 1859, casi toda su vida. Tenía unas 40 casas. La iglesia se caía de puro vieja. La casa sacerdotal era un pajar. La gente no pisaba el templo. El Vicario le dijo al enviarlo: "No hay mucho amor en esa parroquia, tú le infundirás un poco".
   El 9 de febrero se dirigió allí en una carreta a lo largo de los 38 kms. que le separaban. Llevaba una cama y los libros que le había dejado Balley. Al ver al pueblecito tan pequeño dijo al llegar: "La parroquia no será capaz de contener a las multitudes que vendrán hacia aquí".
   La profecía se cumplió. Incomprensiblemente la gente se fue acercando a la iglesia, algunos penitentes fueron viniendo de otros pueblos, su fama de "adivino de las almas" se fue extendiendo. Pronto logró dinero para un altar nuevo. Un parroquiano le preguntó por qué cuando predi­caba hablaba alto y cuando oraba bajo. El le dijo: "Ah, cuando predico le hablo a personas que están aparentemente sordas o dormidas; en oración hablo a Dios que no es sordo."
   Cuidaba con mimo la catequesis de los niños y jóvenes. Un día dijo a los jóvenes: "La taberna es la tienda del demonio, el mercado donde las al­mas se pierden, donde se rompe la ar­monía familiar, donde comienzan las peleas. En cuanto a los dueños de las tabernas, el demonio no les molesta tanto, sino que los des­precia y les escupe". Al poco la taberna del pueblo tuvo que cerrar pues se quedó sin clientes.
   Sin  dinero y en un pueblo tan pequeño, las obras de la Iglesia avanzaron: se hizo la torre, capillas laterales, una dedicada a la Santísima Virgen,  se compraron imágenes y cuadros. Abrió una escuela gratuita a la que llamó "Providencia". Recogió a varias niñas abandona­das en un hogar, a donde él iba a cenar.
   La gente comenzó a ir a misa, a respetar el domingo, a ser mejor. Fomentó el amor a la Virgen María. Al definir el Papa el dogma de la Inmaculada Concepción organizó en el pueblo una gran fiesta y muchas luminarias. Los otros pueblos creyeron que era un incendio y vinieron corriendo. Todo terminó en una fiesta.
 

 

 

   

 

 

 

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  La fama del cura de Ars comenzó a extenderse y desde 1827 llegaban caravanas de gente para confesarse con él. A nadie decía que no. Pasaba horas y horas en el confesionario y las conversiones de grandes pecadores fueron frecuentes. Pasaba confesando hasta 11 y 12 horas al día. Se decía que adi­vinaba a cada uno sus problemas. Y que siem­pre acertaba y todo lo resolvía.
   Así vivió 41 años "el cura que tan poco valía" e hizo de Ars un centro de peregrinaciones. En Julio de 1859 una señora muy devota se confesó con él. Cuando se despedía le dijo: "Nos veremos de nuevo en tres semanas". Ambos murieron en ese plazo. El viernes 29 de Julio, por la mañanita, entró en el confesionario. Se desmayó por el calor que hacía. Le pidieron que descansara. Pero a la 11 enseñó el catecismo por última vez a los jóvenes, pues había sido su tarea predilecta, ya que tenía un don especial para tratar con ellos. Iban como corderitos a sus enseñanzas y además con alegría. Se arrastró luego extenuado hacia su lecho. No volvió a levantarse.
   El 2 de Agosto recibió los últimos sacramentos: "Qué bueno es Dios; cuando ya nosotros no podemos ir más hacia El, El viene a nosotros", dijo a los 20 sacerdotes que le llevaron el Santísimo. El 3 de Agosto llegó su obispo para visitarle. No pudo decir ya nada y expiró a las 2 del mediodía del sábado 4 de Agosto. Su alma y su recuerdo quedaron en Ars y su cuerpo quedó incorrupto en aquella iglesia. Se convirtió en el símbolo y patrono de los buenos sacerdotes.
   El 8 de Enero de 1905 Pío X beatificó al Cura de Ars; y el 31 de Mayo de 1925 Pío XI le canonizó.